Desde hacía mucho, mucho tiempo quería conocer Israel.
No porque tuviera raíces
en esa zona, sino porque en el
transcurso de mi escuela primaria en una escuela católica, había oído nombrar
constantemente a Jerusalen, Belen,
Nazareth, Judea, y otros lugares de ese país.
Viajé a Israel con una
aerolínea que primero me llevó a Roma, ciudad que ya conocía muy bien, pero que
no dudé en recorrer una vez más. Al terminar la escala, el vuelo que me llevó
de Roma a Israel, aterrizó en el aeropuerto Internacional Ben Gurión a 15 km de
Tel Aviv.
Tel Aviv es una hermosa
ciudad cosmopolita y moderna, en la costa del Mediterraneo. Esta ciudad es el
corazón cultural de Israel y también tiene hermosas playas. Su paseo marítimo
Tayelet, es especialmente hermoso, el mercado central (mercado del Carmel)
animado y colorido, la antigua ciudad de Jaffa con sus calles laberínticas y
llenas de historia, el bulevar Rothschild arbolado, hermoso y concurrido, el Museo
de Arte de Tel Aviv con sus apreciadas obras y exposiciones.
Después de dos días en
Tel Aviv nos dirigimos a los montes de Judea, a Jerusalen a 55 km de distancia.
Que se puede decir de
Jerusalen que no se haya dicho ya. La ciudad santa para las tres grandes
religiones monoteístas: cristianismo, judaismo e islamismo.
La gran mayoría de los
monumentos históricos de esta ciudad se encuentran en la ciudad antigua: la explanada de las mezquitas, la mezquita de
Al Aqsa, la cúpula de la Roca, la basílica del Santo Sepulcro, la Vía Dolorosa,
el monte Sión, el Sepulcro de David, el monte de los Olivos, el huerto de
Getsemani.En la ciudad Nueva de Jerusalen el Museo de Israel que guarda los
manuscritos del Mar Muerto y el Museo del Holocausto, que recuerda las víctimas
de la Shoah, de la
segunda guerra mundial.
El extenso recorrido que
realicé por Jerusalen y sus históricos lugares incluyó la visita al Muro de las
Lamentaciones o Muro de los lamentos, el Kotel. El muro de los lamentos es el
lugar más sagrado del judaísmo. El muro abarca los restos del templo de
Jerusalen construido alrededor del año 536 a C y destruido por los romanos en
el año 70 de nuestra era. De acuerdo con la historia el muro fue dejado en pie
para recordarle a los judíos su derrota ante los romanos, por eso se llama muro
de las lamentaciones, pero los judíos lo ven como la promesa de que siempre
quedará algo en pie de su templo sagrado. De acuerdo a la tradición judía, solo
los hombres pueden orar ante él, pero hay un sector destinado a las mujeres. Y hacia ese sector me dirigí cuando pude notar
que me seguía un hermoso gato blanco.
Entre las cosas mundanas
que llamaron mi atención en Jerusalen no puedo dejar de mencionar la asombrosa
cantidad de gatos callejeros que hay en la ciudad. Para una amante de los gatos
como yo, era una situación que no podía pasar desapercibida. Se calcula que en
Israel hay casi un millón de gatos callejeros, una de las densidades más
elevadas del mundo. Algunos guías turísticos o los residentes de la ciudad
dicen que los británicos, que gobernaron Jerusalen entre 1917 y 1948 fueron los
responsables de introducir a los gatos en la ciudad para combatir una gran
invasión de ratas, pero se ha demostrado que los animalitos llevan miles de
años allí y que descienden directamente del gato africano domesticado por los
antiguos egipcios porque en el ADN de los gatos de Jerusalen no hay rastros de
genes de especies europeas. Sea cual sea el origen de los “gatos jerusalinos”
lo cierto es que son amigables, cariñosos y están bien alimentados, los
gobiernos de los municipios los vacunan y esterilizan pero algunos no son
castrados porque no es fácil censar y seguir a los gatos, por lo que la
población gatuna aumenta o se mantiene estable y los habitantes en su gran
mayoría los protege y los alimenta.
El gato blanco que me seguía
hacia el sector femenino del muro de los lamentos, se pegaba a mi pierna y su
ronroneo me distraía de lo que me había llevado hasta ahí. Me agaché y levanté
en brazos al hermoso gato que me miraba a los ojos con su mirada inescrutable. Estaba
pensando en la remota posibilidad de traerme un gato israelí a mi casa, cuando
una mujer con un inequívoco acento argentino, llama al minino diciéndole Fausto,
no molestes a la señora. La mujer que llamó Fausto al gato, se acerca y me pregunta en
inglés ¿le gustan los gatos?. Yo le contesté en ”argentino”, si me encantan. La
señora comenzó a reírse y me dice, “yo también soy argentina, el acento y la
forma de hablar nos delata”. Y continuó contándome la historia de Fausto. Ella
lo había recogido de la calle cuando era un cachorrito pero el gato no se
resignaba a ser un gato enteramente doméstico y de tanto en tanto, salía de su
casa a confraternizar con los turistas. Era indudable que Fausto era capaz de
reconocer a una compatriota de su dueña entre la multitud. Fausto me acompañó
al sector adecuado del muro de los lamentos y después de un buen rato, se fue
caminando lentamente hacia su casa, con la hermosa cola blanca en alto